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HISTORIA DE MARRUECOS

imperiales, unos comenzaban á disfrutar de las delicias del sueño, otros andaban desparramados por el campo, arrimadas las armas y sin el menor recelo; Muley-Suleyman, traspasado de dolor con el funesto accidente del día, revolvía afanosamente en su cabeza los medios de remediarlo en lo posible, y su hijo Muley-Ibrahim, más inquieto que satisfecho, sentía ya acaso los primeros remordimientos de su despiadada obra. De repente un grito horrible suena en el campo: los soldados, sorprendidos ó soñolientos, van á buscar sus armas; mas antes que con ellas, topan con invisibles hierros, que bárbaramente los destrozan; corre la sangre á ríos por todas partes, arden las tiendas, nada respeta el rencor insaciable del combate. Eran los amacirgas rebeldes, que así tomaban venganza de la muerte de los suyos. Muley-Ibrahim sale despavorido á repelerlos; pero conócenle, hiérenle, y paga con su sangre aquella inocente que había hecho derramar por el día. En lo más revuelto de la refriega entra un xiloe en una tienda que comenzaban á rodear las llamas, y encuentra á un hombre medio desnudo y desesperado, atento sólo al instante de la muerte. «¿quién eres?», le dice. «Suleyman soy», responde el desventurado, que no era otro que el sultán; y fuese piedad, fuese codicia, el alarbe, cogiéndole en sus robustos brazos le saca de entre las llamas, y envuelto en su propio albornoz le lleva fuera del campo, diciendo á los curiosos que hallaba en el camino: «Es uno de mis hermanos que han herido en el combate.» Ya fuera del campo pudo el amazirga encaminarlo hacia su pobre hogar en la montaña, donde el sultán estuvo tres días, refugiándose luego en el venerado santuario de Beni-Nasser y de allí en Mequinez.