rra. Muley-Suleyman despachó al punto contra ellos á su hijo Muley-Ibraim, gobernador de Fez, al frente de tropas escogidas, pero no pudo someterlos; antes bien, lograron sorprender y desbaratar la guardia imperial de los ludajas ó árabes del gran desierto. Entonces el sultán determinó marchar en persona contra los rebeldes, acompañándose de ejército formado. Halláronse los dos campos no lejos de Guer, entre el río Guadelabid y el río Seroc; y tanto pudo la presencia del sultán, más aún que por sus virtudes, respetado como xerife, descendiente del Profeta, que depuesta la ira, los sublevados amacirgas y xiloes le ofrecieron la sumisión, conviniendo en pagarle los tributos debidos. A ratificar el tratado, fueron de parte de los rebeldes hacia las tiendas del sultán sesenta de ellos, mitad hombres y mitad mujeres y niños, según la antigua usanza de aquellos pueblos. Y no hay duda que, recibidos por Muley-Suleyman, se acabaran los disturbios en el imperio, si la sed de venganza no precipitara á su hijo Ibrahim en un hecho horrible, que fué mandar disparar á sus soldados sobre el grupo de los mensajeros de paz que venían acercándose para rendir homenaje. Sólo cuatro muchachos pudieron salvar la vida, y huyendo á las montañas donde se apoyaba el bando rebelde, esparcieron la deplorable noticia, que voló por los contornos, infundiendo en todos los ánimos ideas de sangre y de venganza. Al caer la tarde de aquel día, comenzó á descender á la llanura, desde los montes donde estaba asentado el campo rebelde, un escuadrón de hombres escogidos, los cuales, con las armas bajas y cautelosamente andando, se encaminaron á las tiendas del sultán. Noche cerrada era ya cuando á ellas llegaron; de los soldados
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