jurados en 1818 todos los azotes que suele enviar el cielo contra las naciones, pusieron al imperio en la mayor desolación y espanto que puede imaginarse. Ya por los años de 1799 y 1800 la peste bubónica había devorado como una cuarta parte de la población del país. Vuelta en 1818 aquella plaga horrible, desoló durante otros dos años las provincias del imperio; al propio tiempo que los campos, en espantosa sequía, no daban producto alguno y tenían hambrientos y estenuados á los pueblos. Nada podía hacer Muley-Suleyman que remediase tamaños males; pero como suele acontecer por lo común, y más en nación tan ignorante y fanática, cayó sobre él la culpa y el castigo. Juntóse, pues, una guerra civil larga y sangrienta con los desastres de la epidemia y del hambre[1]. Comenzó la sublevación negándose á pagar tributos y derramas las tribus amacirgas que pueblan los montes y valles de Zajana y las provincias de Ajana, de Fiedla, de Xiavoia y de Hescura. A la verdad, su miseria era grande, y no parecía ocasión de exigir el pago; pero aquella voz y el descontento y desesperación de los pueblos produjeron un levantamiento terrible, que no tenía razonable disculpa. Derrotaron primero los sublevados á las cáfilas de soldados que andaban cobrando las contribuciones; asaltaron luego y robaron un rico convoy que venía de Fez á Tafilete, y acrecentados y alentados con estas ventajas, se mostraron en campo con todo el aparato de gue-
- ↑ Todos los detalles de esta guerra civil están tomados del Spechio Statitico, del conde Graberg de Hemsoó, digno de crédito en ellos, porque pertenecen al tiempo de su residencia en Marruecos.