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HISTORIA DE MARRUECOS

bustez extraordinaria; el rostro, no muy moreno, llevaba impresa la bondad de su carácter, haciéndose notar en él, sobre todo, sus dos grandes ojos llenos de viveza. Hablaba con rapidez y comprendía con facilidad, y su traje era casi ordinario, yendo embozado por lo común en un jaique grosero. Como faqui ó doctor de la ley, su instrucción era puramente musulmana. La corte del sultán no tenía más aparato de brillantez que su persona, y durante todo el tiempo de su permanencia en Tánger, estuvo siempre acampado con su comitiva. Los muebles y utensilios de que se servía eran inferiores á los que gastan las clases medias en Europa; sus noticias científicas extremadamente limitadas, y no por falta de curiosidad ni de buena razón, porque precisamente Ali-bey ganó su gracia enseñándole los instrumentos astronómicos y físicos que llevaba consigo, y el uso que de ellos se hacía. Determinó el sultán agregar al recién llegado á su servicio, y él aceptó el favor como quien no buscaba otra cosa[1]. Después de detenerse en Tánger algunos días á arreglar sus asuntos, marchó, pues, Ali-bey á Mequinez y Fez, y de allí á Marruecos, donde el sultán residía. Hicieron éste y su hermano menor Abdsulem, privado de la vista, pero lleno de generosidad é inteligencia, grandes extremos de júbilo al ver, por fin, al supuesto príncipe árabe en la corte, y el sultán le regaló una casa en la ciudad que había sido edificada á gran costa por Sidi-Ahmed-Duqueli, ministro mucho tiempo del imperio, y una hermosa posesión campestre, llamada Semelalia, que el difunto Sidi-Mohammed había hecho plantar para sus

  1. Viajes de Ali-bey-el-Abassi, antes citado.