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HISTORIA DE MARRUECOS

glés á la sazón en aquellos parajes. No bien estuvieron á la mitad del camino, Muley Yezid asaltó á los que llevaban el tesoro, y violentamente arrancó de sus manos la mejor parte. En vano le rogó su madre que no tocase ofrendas que iban consagradas al Profeta, y no fué menos inútil que le conminasen los ministros con la justa cólera del sultán. Esta fué tanta al saber la noticia, que envió á decir al hijo que más no volviese á sus Estados sin haber hecho tres peregrinaciones á la Meca, en desagravio del robo. Muley Yezid, no más obediente á este mandato que á los otros, anduvo recorriendo algún tiempo las regencias berberiscas, ejecutando por todas partes abominables hechos, y dejando triste recuerdo de su nombre. En una ocasión, uno de sus intendentes tardó más que de costumbre en aprontarle cierta cantidad que necesitaba, y el bárbaro príncipe le mandó dar hasta cuatro mil palos, y le obligó á tragar después una gran cantidad de arena, con que se le ocasionó la muerte. Su mayor placer era atormentar á los esclavos cristianos que poseía, y más aún á los que encontraba por las calles de Argel, de Trípoli ó de Túnez. Los mismos cónsules no estaban libres de sus iras; de suerte que ocasionó más de un conflicto á las regencias con los Estados de Europa. Echado de todas partes y aborrecido de todo el mundo, Muley Yezid acibaró largamente los últimos días de su buen padre, tan diferente de él en todas las cosas. Dábase por alguna excusa de su crueldad, que apenas se hallaba hora del día en que no estuviese ebrio; pero lo cierto es que su natural colérico, su codicia y su lujuria le llevaban, no menos que los estímulos de la embriaguez, á igualarse con su abuelo el xerife Ismael, de odiosa memoria. Todavía desde el des-