del mundo; en Marruecos fué sólo un relámpago que desapareció al punto en las antiguas y negras sombras del fanatismo mahometano. Amábanle sus vasallos sobremanera, y principalmente los amacirgas, que son la más antigua población de aquella tierra, á pesar de sus atrevidos y para ellos extraños pensamientos, porque su bondad y clemencia le atraían las voluntades, y hacían inquebrantable la confianza que inspiraba su justicia.
No le faltaron disgustos interiores, no obstante, al fin de sus años. Los negros, predominantes por tanto tiempo en el imperio, y habituados ya á disponer de él á su antojo, le pagaban en odio la poca simpatía que á él le merecía aquella ferocidad que de otros soberanos marroquíes los había hecho tan queridos. Prevalióse de este descontento su hijo primogénito Mohammed-Mahdi Yezidpara sublevarse contra él en 1778, intitulándose rey de Mequinez desde luego. La fidelidad de las demás ciudades y de todas las cabilas y aduares á Sidi-Mohammed, desconcertó al indigno hijo, que fué fácilmente vencido; y su padre se contentó con mandarle que para expiar su delito fuese en peregrinación á la Meca, acompañado de su madre Leila-Zarzet, cuyos ruegos le habían libertado de mayor castigo, de algunos de sus hermanos y buen séquito de moros principales. Con esta caravana iban también ciertos ministros del sultán, que llevaban de su parte ricas ofrendas para los xerifes de la Meca y de Medina. Da curiosas noticias de este viaje y del carácter que demostró en él Muley-el-Yezid la Relación de una residencia de diez años en África ó viaje á Trípoli, escrita por una señora que pertenecía á la familia de Mr. Tully, cónsul in-