de las cuales merece mencionarse una cierta Leila-Zarzet, hija de un renegado inglés, con quien contrajo matrimonio; y otra, por nombre Leila-Duvia, que por los años de 1822 vivía todavía, y era renegada genovesa. Á pesar de todo esto, Sidi-Mohammed era buen muslime y muy celoso del nombre de su patria. Pero su inteligencia le levantaba por encima de la nación que regía; comprendía las artes y la cultura de los europeos, y juzgaba que sólo con su trato y compañía lograrían los rudos habitantes del Mogreb-alacsa recuperar el largo tiempo perdido en el fanatismo y en el ocio. Tal vez se equivocaba el buen príncipe creyendo el progreso conciliable con sus torpes creencias religiosas, y capaces de nueva vida las carcomidas instituciones muslímicas. Tal vez la civilización, mejorando la tierra ingrata de África, habría arruinado, sin embargo, tarde ó temprano su imperio y su culto. Esto es lo que parece más probable ó más cierto; pero juzgando al hombre por su carácter y por sus luces, Sidi-Mohammed merece el aplauso incondicional de la historia.
Después de edificar á Suira ó Mogador echó los cimientos de Fedala, puerto también importante sobre el Océano, fortaleciendo ambas ciudades con buenos muros y baluartes, y adquiriendo para ellos en el extranjero, y principalmente en Inglaterra, la necesaria artillería. De esta suerte proporcionó mayor comodidad al comercio de las provincias occidentales del imperio, y al propio tiempo puso más bajo su dominio y guarda aquellas costas. No se hallará, en suma, en este soberano cosa que no sea digna de un gran político y propia de un celoso y hábil administrador. En otra nación y en otro tiempo habría sido su reinado famoso en la historia