alacsa de todas clases y oficios: arquitectos, pintores, lapidarios, jardineros, médicos, matemáticos, industriales y no pocos aventureros y soldados. A todos les aseguraba su religión; pero como era natural, protegía más especialmente á los que se hacían mahometanos y unían su suerte para siempre á la del imperio, llegando á repartir entre ellos los más altos empleos de su casa y Estado. A un cierto Samuel Lumbel, hebreo de Marsella, le tuvo por mucho tiempo como á primer ministro; un francés, llamado Cornut; un triestino, por nombre Ciriaco Petrobelli; un toscano, apellidado Mutti, y Francisco Chiappa, genovés de nación, llegaron á ser también ministros suyos; y ni éstos siquiera dejaron de ser cristianos, ni ocultaron jamás que lo fuesen. Después de dar libertad á los esclavos cristianos, empleó también á muchos, según su clase y condición, en la administración pública. Así fué que con los servicios de tantos europeos, no pudo menos Sidi-Moammed de juntar la imitación de sus costumbres y de sus nombres y empleos. Hubo, pues, por aquel tiempo en Marruecos príncipes imperiales, jueces supremos, generales y aun generales en jefe, ministros y secretarios de Estado, gobernadores, intendentes de provincia, almirantes de mar, guardasellos, chambelanes, gentileshombres de cámara, bibliotecarios, intérpretes, y, en fin, cuanto solía hallarse á la sazón en las principales cortes de Europa[1]. Hasta en sus mujeres prefería á las europeas,
- ↑ Sigo en las particularidades del gobierno interior durante este reinado la relación del conde Graberg de Hemsóo, en su libro antes citado. Publicóse éste en 1833, y su autor había desempeñado por largos años el consulado de Cerdeña en Marruecos. Merecen, pues, sus noticias bastante crédito en esta parte.