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HISTORIA DE MARRUECOS

llah, y sometidos de nuevo á su obediencia. Cuéntase que en esta ocasión tuvo un arranque de generosidad, en él extraño: habiéndole presentado cuatro mil prisioneros alarbes, enteramente desnudos, mandó que les dieran vestidos y que se les pusiese en libertad sin hacerles daño alguno. Poco después, el alcaide que mandaba los negros, convertidos en una especie de pretorianos, inclinó á éstos á que se rebelasen contra Abdallah, proclamando en su lugar á Muley-Alí, otro hijo del Dzahebi. Abdallah, acobardado, huyó de Mequinez y pidió auxilio á los alarbes, fiado en la clemencia con que acababa de tratarlos. Enviáronle éstos, con efecto, ocho diputados para ofrecerle su ayuda; pero como le diesen algunas quejas acerca de su conducta pasada, no pudo contener su ira, y á todos los mató por sus manos. Hubiérale hecho esto perder el trono para siempre si los mismos negros no se lo hubiesen devuelto de allí á poco. Entró Muley-Alí en Mequinez, y su primera idea fué apoderarse del famoso tesoro que en aquella ciudad se encerraba; pero su sorpresa fué grande al ver que semejante tesoro no existía más que en la memoria del pueblo. Cuantas riquezas había en Mequinez se las había llevado Abdallah en su fuga, y no eran muy considerables. Sin embargo, ellas bastaron á Abdallah para seducir á los principales de los negros, los cuales, pretextando que Alí hacía demasiado uso de aquella hierba narcótica llamada Kiff, que, según los orientales, produce tan placenteros ensueños, y que esto le incapacitaba para ejercer el mando, se decidieron á destronarle. Abdallah, restablecido, hizo degollar á toda la guarnición de Mequinez que no le había defendido, y al menor de los hijos del gobernador que

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