nía, según cuentan, la tez casi negra, coléricas las miradas y ademanes, y corta la estatura, aunque era membrudo y ágil por extremo. Era pérfido, avaro, hipócrita y tan cruel, que dejó muy atrás en esto á su hermano Arraxid. Da la relación de estas crueldades completa idea de los súbditos y del estado en que á la sazón se hallaba el imperio, al propio tiempo que del carácter del soberano; y, por lo mismo, conviene apuntar aquí con cierto pormenor algunas de ellas, por más que conmuevan y horroricen el ánimo de los lectores.
Ismael, según queda apuntado, respetó á los misioneros españoles más que ninguno de sus predecesores, y ellos confiesan que más bien tenían de él motivos personales de alabanza que de queja. Esto y el carácter sagrado de unos hombres que á tan horrendos peligros se exponían por dilatar la fe y sostener la verdad, basta para que tengan autoridad no común los misioneros, y en particular el P. Fr. Francisco de San Juan del Puerto, que precisamente en este reinado residía en África, y cuenta, como testigo de vista, algunos de los hechos que siguen[1]. «Fueron muchos, dice, los hombres que puso vivos en la sepultura, enterrándoles todo el cuerpo y dejándoles precisamente insepulta la cabeza, á fin de que sus negrillos se enseñasen á ti-
- ↑ La obra de este misionero, ya repetidas veces citada, se intitula «Misión historial de Marruecos, en que se trata de los martirios, persecuciones y trabajos que han padecido los misioneros, y frutos que han cogido los misioneros, que desde sus principios tuvo la orden seráfica en el imperio de Marruecos y continúa la provincia de San Diego de Franciscos Descalzos de Andalucía, en el mismo imperio. Escrita por Fr. Francisco de San Juan del Puerto, chronista general de dichas misiones, etc. Sevilla, 1708».