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APUNTES

tianos y olvidasen por algunos años la esquivez con que solían mirarlos desde la expulsión de los príncipes africanos de la Península. Contábase entre los prisioneros de Alcazarquivir un fraile agustino, llamado Fray Tomás de Jesús, hombre de piedad y entereza, el cual, viendo que sólo en Marruecos ascendían á dos mil los cautivos cristianos, comenzó á ejercer entre ellos su ministerio, y renovó las misiones extinguidas en tiempo de los xerifes primeros, de las cuales queda alguna reliquia notable todavía. Sucedieron á Fr. Tomás en las misiones, después de su muerte, algunos otros sacerdotes, los más de los cuales fueron martirizados sin piedad por los moros, y aun el mismo Abdelmelic mandó matar varios al comienzo de su reinado, en venganza, según dicen, de no haber podido recobrar, como intentó, la plaza de la Mamora. Pero aconteció que Abdelmelic se baldó de un brazo y no halló quien le curase en todo su imperio, hasta que le dieron noticia de un médico español que había cautivo, de nombre Andrés Camelo, y natural de la villa de Conil, en Andalucía, el cual tuvo la habilidad y la fortuna de dejar sano al príncipe en poco tiempo. Pidió Camelo en recompensa, ya que la libertad no quería dársela, que permitiera el rey venir á Marruecos á su mujer y tres frailes españoles; y Abdelmelic dio permiso y seguro para ello. Fué ya el bárbaro príncipe amigo de los españoles hasta su muerte, pero no de otros extranjeros, porque generalmente, así como quería bien á los renegados, detestaba á los que no profesaban el culto mahometano, de que él era observador muy celoso. Se cuenta que, habiendo hecho despedazar por sus leones, ó mutilar, á algunos franceses cautivos, el embajador de esta nación se quejó agriamente