do las súplicas de paz de Abdemelic, y desoyendo los consejos generosos del rey D. Felipe de España y las observaciones del duque de Alba, que, como tan prudente, procuró con buenos términos apartarle de su propósito, pasó al África. El ejército, aunque fuese bueno, no era bastante para tamaña empresa. Componíanle, según Faria y Souza, diez y ocho mil combatientes, tres mil castellanos aventureros, otros tantos tudescos, novecientos italianos, y portugueses el resto. La gente extranjera era veterana en su mayor parte, y los hidalgos y caballería portuguesa podían ponerse en parangón con los mejores soldados del mundo; pero su infantería, según afirma el historiador Cabrera[1], dignísimo de crédito en todas las cosas de aquel tiempo, era en la mayor parte advenediza, «menestrales, cabreros y labradores, alistados por fuerza». Antes de desembarcar en África, recibió D. Sebastián nueva embajada de Abdelmelic, rogándole que desistiese de ayudar á su rival, y dejase en paz sus dominios, contribuyendo no poco á esta moderación del africano Gaspar Corzo, que estaba en Fez por el Rey Católico. Tomó tierra al fin D. Sebastián en la plaza portuguesa de Arcila, con intento de atacar á Larache, cuatro leguas distante, y se completó el ejército con la gente de frontera, en las fortalezas portuguesas, que fué de gran provecho por su valor en aquella desgraciada campaña. Estaba tan desvanecido el rey, que Cristóbal de Tavora, uno de sus mayores privados, escribió á un amigo «que los encomendase á Dios, que se hallaban en el más infeliz estado de la vida, pues el rey no admitía consejos». Era
- ↑ Cabrera: D. Felipe II, rey de España, lib. xii.