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acusaciones que se le han hecho acerca de sus pretendidas tendencias á monarquizar la América. El señor Rivadavia no ha dado un paso, que nos conste, en este sentido. Habrá si se quiere, escuchado proposiciones y aun abierto esperanzas sobre semejante pensamiento en circunstancias en que era preciso, para no comprometer nuestra independencia ni el éxito de la lucha con el poder español, calmar los celos que en los gabinetes de los soberanos europeos despertaban los gobiernos insurjentes del nuevo mundo. Pudo haber en su ánimo momentos de duda acerca de cual fuese la forma política mas conveniente para constituir su país. Y esto nada tendrá de estraño, pues trepidaciones de la misma especie hallaban escusas en 1846 para el sesudo redactor del Comercio del Plata, en consideración al espectáculo de sangre y de lodo que por treinta y seis años presentaban las repúblicas americanas. La calumnia, sin embargo, valiéndose de la discreta reserva en que se envuelve toda negociación diplomática, por inocente y lejitima que ella sea, prohijó aquella suposición vulgar y la presentó con el carácter de acusación oficial, durante la última residencia del Sr. Rivadavia en Francia. Fué entonces que él tuvo el noble coraje de presentarse en Buenos Aires, á mediados de Mayo de 1834 para vindicarse de las acusaciones que se le hacían. Solo dos