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y presta profunda atención como si diese el oido á la voa de algún mensagero misterioso. Cesa el órgano; el ministro de Dios pónese en pié y dirijiéndose á Iguazú que estaba en el templo con las mugeres cristianas, tócala el hombro y la dice: «hija, levántate, ven conmigo.» Absorta la concurrencia ábreles camino y todos se preguntan curiosos: ¿dónde irán? — Marchan silenciosos por las tinieblas; Iguazú vá llena de asombro y de incertidumbre; el pié de ambos evita mancharse en la sangre que cubre el suelo. El sacerdote se detiene al fin y esclama ¡Aimbire!! Aquella voz parecía resonar en una bóveda armoniosa. Aimbire! Aimbire! repite varias veces. El rabioso Tamoyo acude al llamado despavorido y chorreando sangre. — Toma á Iguazu; huye. El indio fascinado vuelve los ojos á su amada, en tanto que desapareciéndose Anquieta súbitamente, repite al ocultarse del todo: huye.

Reflexionando Aimbire sobre sí mismo, en aquella especie de tregua á sus afanes y desgracias, se cree digno de ser feliz y declara ante los suyos que toma á Iguazú por esposa. Esposa solo en el nombre la virjinea flor del bosque estaba todavía en pimpollo: era preciso, esperar la aurora que la diera el perfume y néctar. Los indios sabian respetar