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cuyo suelo estaba sembrado de troncos envejecidos de árboles corpulentos que el hacha y el fuego habian [1] derribado con trabajo para proporcionar al hombre un alimento mezquino. Un hermoso yatai, herido en la raíz, cediendo á su peso, caía sobre el rio formando una puente rústica y peligrosa. Pasan ambos por ella, Aimbire reconoce el lugar apesar de los multiplicados y empinados árboles caídos en tierra. Vaguea con la vista por aquellos troncos jigantes que parecen esqueletos de una raza titánea respetada por los siglos. Un soplo de muerte le hiere el pecho anhelante y la sangre se le agolpa tumultuosa al corazón.... recela, teme no hallar lo que busca.... avanza el paso por la márjen del rio, y distingue negrear al resplandor de la luna el bulto inmenso del árbol robusto porque ansia — Helo aqui— exclama; corre, le abraza, le besa y riega con su llanto aquel monumento del bosque á cuyo pié enterrara el vaso tosco de barro que contiene el cuerpo de su padre. Afánanse á porfía los dos amigos, cavan y desentierran la urna. Al verlo, exclama Aimbire enternecido: — Oh Cairuzú, ilustre guerrero que después de una vida gloriosa tuviste una vejez tan escasa de fortuna y cerraste los ojos en los dolores del cautiverio. Oh! Cairuzú, padre mío! desde aquella noche en que

  1. hadian en el texto original.