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escucharon sus oidos no fué el de la voz de sus amigos, casi todos dispersos, sino el del cañon del asedio de la nueva Troya. El pasó su vida en esa ardua tarea que consiste según la espresiva idea de un poeta francés en faire un avenir á sa tombe. Y sin embargo sus restos no descansan al lado de sus padres, sino en un rincón estranjero y olvidado.

Antes de entrar al lijero análisis que nos proponemos hacer del poema del Sr. Magalháes, queremos fijarnos un momento sobre su dedicatoria al emperador.

Nos llama la atención esta dedicatoria, por que al poner un poeta una producción suya en manos de un monarca, necesita para no pasar por lisonjero fundar su predilección en razones que honren al autor y al Mecenas. No es el súbdito rendido, ni el cortesano de vértebras flexibles quien se inclina con aquella admiración rastrera que tanto afea las pájinas primeras de muchos buenos libros, sino el hombre que halla en el monarca las calidades que exije para sus amigos. La dedicatoria del Sr. Magalháes es la noble acción de un ciudadano libre pero agradecido y la espresion razonada de ese mismo agradecimiento. Bajo las formas cultas y pulimentadas con el roce social puede haber tanta independencia democrática como en las declamaciones de Bruto en la trajedia filosófica. «No es