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y vióse forzado á sacrificar á la esperanza de mejor salud la cosecha de saber que se prometía recojer madura por una larga permanencia en Europa.

Esta esperanza fué otra ilusión desvanecida. Balcarce estaba condenado á morir apenas pisase de nuevo el umbral de su casa en la calle que lleva su glorioso apellido, y á dar razón á la exactitud de este pensamiento de Ercilla:

Aquella vida es bien afortunada
Que una temprana muerte la asegura.

Por qué ¿quién puede sernos garante de que mezclado al movimiento de nuestra época, no habría naufragado en algún error, en alguna pasión, ó no se hubiese alistado en algún partido doméstico que le atrajese la enemistad de una gran parte de sus propios conciudadanos? Su temprana desaparición de este mundo, la inocencia de sus actos hasta el momento de entregar su alma al Creador, le aseguran una memoria de amor y de simpatías entre sus compatriotas, mientras haya (y esto será por siglos) amor á la poesía en la ciudad donde fué concebido aquel injenio prematuro.

Balcarce tradujo del francés al castellano el estenso curso de filosofía de Mr. Laromiguiere; el drama de Dumas titulado Catalina Howard, y escribió una novela histórica, y muchos artículos literarios para los periódicos, antes de salir de Buenos