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de descanso. En la época en que él se educaba habían declinado mucho los estudios públicos en Buenos Aires, y aspiró á beber su instrucción en mejor fuente. Quien á su edad y propensiones no sueña con las escuelas de Europa, con sus grandes bibliotecas y con el nombre de sus sabios? Balcarce pudo realizar este sueño, y partió para la capital de la Francia en Abril de 1837. Allí se propuso adquirir conocimientos jenerales, y profundizar en especial la ciencia de la filosofía por cuyos problemas manifestaba una predilección innata. Fueron sus maestros, entre otros, los señores Saint-Hilaire, Jouffroi, Lerminier, celebridades con cuyos nombres estamos familiarizados y que entonces estaban al frente de las aulas mas concurridas de Paris.

El barrio latino fue la patria y el mundo esclusivo de Balcarce durante dos años seguidos; dos años que él supo duplicar en duración por su infatigable asiduidad al trabajo y sus largas vijilias. No iban á la par en él la robustez de su cabeza con la de los demas miembros de su cuerpo. Su cerebro, materialmente muy desarrollado, absorbía egoista la vida toda de la existencia que presidía, y llegó día en que la atmósfera de Paris no fué respirable para los pulmones debilitados del joven estudiante. Pensó entonces en los aires patrios, en el agua balsámica de su río natal, en su familia,