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Catedral de Buenos Aires, no menos decidido que él por la causa de la revolución desde sus primeros síntomas. Era aquel sacerdote hombre de talento é instrucción y nos aseguran que escribió y publicó por los años de 1812 una cartilla ó catecismo político que no hemos visto.

El buen canónigo cayó en cama postrado por una parálisis. De aquí tomó causa el mal espíritu antagonista del orden nuevo, para atribuir aquella desgracia física á castigo del cielo. Los hechos reales de decisión patriótica se agravaron con la calumnia que nunca se hace esperar, siendo, á veces, no tanto hija de la perversidad, cuanto de la propensión del vulgo á exajerar las cosas y á darlas tintes vivos y novelescos.

Como su hermano D. Hipólito había ayudado á formar la sumaria en el proceso de la conspiración de Alzaga; tomaron de aquí ocasión para suponer, que el día de la ejecución de este altivo español, había empapado su pañuelo en sangre: afeaban más esta acción los impostores recordando que era un ministro de paz aquel á quien se la imputaban.

Cuando llegó este maligno rumor á oídos del canónigo Vieites, no pudiendo incorporar su cuerpo, levantó los ojos al cielo esclamando: ¡Qué calumnia!