—Yo espero— prosiguió—que usted sabrá apreciar la bondad de Alejandro Pavlovich al dirigirse a mí no por la vía oficial, sino por medio de una carta privada. Yo también le he llamado a usted no como un personaje oficial, sino como un particular, y le estoy hablando no como gobernador, sino como un admirador sincero de su padre. Así, pues, señor, le suplico que, o cambie de conducta y vuelva a comenzar la vida que le cuadra a un noble, o se vaya a cualquier otra ciudad donde no le conozcan y pueda hacer lo qe le plazca. Si se niega usted a acceder a mi ruego, me veré precisado a tomar medidas extremas respecto de usted.
Durante unos momentos me miró fijamente, en silencio y con la boca abierta.
—¿Es usted vegetariano?—me preguntó de pronto.
—No, excelencia; como carne.
Se sentó y cogió de la mesa un papel.
Comprendí que la entrevista había terminado, saludé y salí.
Había perdido la mañana, y no valía la pena ir a trabajar antes de comer. Me volví a casa, con ánimo de dormir un rato; pero estaba tan nervioso, a causa de la excursión al y matadero y de mi visita al gobernador, que no pude pegar los ojos.
Por la noche, muy excitado y de un humor negro, fui a casa de María Victorovna. Le conté mi entrevista con el gobernador. Me miraba asombrada, como si no diera crédito a mi relato, y de