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—Debes de tener un enfriamiento—le dije.

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Se levantó y se dirigió, sin contestarme, al cuarto de Karpovna.

Momentos después la oí, al otro lado del tabique, hablar con mi vieja nodriza y lamentarse

—¡Cuando pienso en lo que mi vida ha sido hasta ahora!... ¿Para qué he vivido? He perdido toda mi juventud. No he hecho más que inscribir los gastos de la casa, economizar, velar para que no se gaste demasiado dinero, para que no se consuma demasiada azúcar... ¡Como si no hubiera nada más interesante en la vida! Comprende, vieja mía, que yo también quiero vivir, que tengo otras aspiraciones..., y, sin embargo, han hecho de mí una especie de ama de llaves, que sólo sabe contar los "kopecs" y los terrones de azúcar. Estas llaves son mis cadenas...

Y tiró al suelo, encolerizada, las llaves de la despensa, del armario de la ropa, de la bodega, las mismas que llevaba nuestra pobre madre colgadas a la cintura.

—¡Virgen santa!— gritó con horror la vieja Karpovna—. ¡Estás loca! ¡Cálmate!

Durante algunos momentos reinó el silencio tras el tabique. Luego oí un profundo suspiro de mi hermana y el ruido de las llaves que recogía del suelo.

Al irse entró en mi cuarto a decirme adiós.

—No hagas caso—me tranquilizó—. No sé qué me pasa hace algún tiempo. ¡Estoy tan nerviosa!