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se reían, sin ninguna razón plausible, hasta saltárseles las lágrimas. Para no parecer demasiado grave, yo también bebí unos cuantos vasos de vino rojo.
—La gente dotada de gran capacidad y un espíritu independiente—dijo ella—sabe cómo hay que vivir y elige su propio camino y lo sigue, aunque no sea el camino común. La gente vulgar—como yo, por ejemplo— no se atreve a ser independiente, no sabe ni puede nada y es feliz cuando sigue una corriente de ideas, más o menos interesante, de su época.
—¡Esas corrientes de ideas no existen, ay, entre nosotros!—objetó el doctor.
—Existen, pero no las vemos—replicó María Victorovna,
—Sólo existen en la imaginación de los escritores modernos.
Se entabló una discusión.
—Yo afirmo con plena convicción que nunca ha habido entre nosotros ninguna corriente importante de ideas—decía con calor el doctor—. Es la literatura quien las inventa de cuando en cuando, buscando un asunto interesante, algo que atraiga la atención del lector. También ha sido la literatura quien ha inventado los pretendidos propagandistas de la luz entre nuestros campesinos, que en realidad no existen. Busquémoslos en las aldeas: no los encontraremos. Sólo encontraremos tipos grotescos de Gogol, vestidos a la moda europea, de levita y hasta de frac, pero que no po-