¡Pero si María Victorovna es una verdadera artista! ¡Canta admirablemente!
—Hace años—dijo ella—me dediqué en serio a los estudios musicales; pero la música ya no me interesa.
Se sentó en un confidente y se puso a contarnos su vida en Petersburgo, en el medio artístico adonde la habían llevado sus aficiones filarmónicas. Imitaba a las más célebres cantantes, su voz, sus actitudes, su manera de aparecer ante el público. Luego nos retrató en su álbum al doctor y a mí. Los retratos eran bastante mediocres, pero tenían cierto parecido. Reía, se divertía como una chiquilla, y así estaba más en su papel que filosofando. Hasta me parecía que al hablar conmigo de la influencia nefasta de la riqueza y de la necesidad de que todo el mundo trabajase no hacía más que imitar a alguien.
En fin, era una admirable actriz cómica. Mentalmente la comparaba con las otras muchachas que yo conocía y a todas las encontraba inferiorísimas, incluso a la linda y seria Ana Blagovo. La diferencia era enorme, como la que existe entre una bella rosa, amorosamente cultivada, y una modesta flor del campo.
Nos invitó a cenar.
El doctor y ella bebieron vino rojo, champagne y café con coñac. Brindaron por la amistad, por el ingenio, por el progreso, por la libertad. No se emborracharon; pusiéronse tan sólo un peco más encarnados que de ordinario y muy risueños;