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Llevaba en la mano el paraguas de marras. Creí que se disponía a sacudirme el polvo como había hecho tantas veces, y sentí el temor infantil de un escolar a quien va a castigar el maestro. Mi padre advirtió la mirada que dirigí al paraguas y se dominó.

—Tú ya no me interesas—dijo—. Te privo de mi bendición paternal. Te he arrancado completamente de mi corazón.

La vieja Karpovna, que oía nuestra conversación, suspiró.

—¡Dios mío, Virgen Santa!—balbuceó—. ¡Estás perdido para siempre! Acabarás mal...


***

Comencé a trabajar en el camino de hierro.

El mes de agosto fué lluvioso, húmedo y frío. El mal tiempo impedía transportar el trigo. Por todas partes se veían montones de trigo altos como colinas. A causa de las lluvias se iban ennegreciendo de día en día y desmoronándose.

Era difícil trabajar: cuanto hacíamos nosotros lo desbarataba la lluvia. No se nos permitía vivir en los edificios de las estaciones y teníamos que guarecemos en sucias y húmedas cabañas construídas por los obreros. Yo pasaba unas noches muv malas, tiritando de frío y de humedad. Con frecuencia, los obreros de la línea venían a armarnos camorra, y con el menor pretexto nos