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sería infinitamente más bella y más útil a la humanidad?
La conversación de tal manera comenzada siguió su curso. A una de sus objeciones, relativa al trabajo físico, le contesté:
—Es absolutamente necesario que todos, los fuertes y los débiles, los ricos y los pobres, tomen parte, en la misma medida, en la lucha por la existencia. Cada uno debe contribuir, con arreglo a sus fuerzas, en el trabajo humano. El trabajo físico debe ser obligatorio para todos, sin excepción, y sólo así se logrará que desaparezcan todas las injusticias sociales. Sólo así los fuertes dejarán de oprimir a los débiles y la minoría dejará de considerar a la mayoría una bestia de carga que debe trabajar para los parásitos.
—Entonces, a su juicio de usted, ¿todos, sin excepción, deben ocuparse en el trabajo físico?
—Sí.
—¿Pero no cree usted que si todos, incluso los más grandes pensadores y sabios, tomaran parte en la lucha por la existencia, como usted la concibe, es decir, picando piedra y cavando, entregándose al trabajo físico, se vería el progreso seriamente amenazado?
—No. El progreso no se hallaría, en manera alguna, en peligro. El progreso se basa en el amor al prójimo, en el cumplimiento de las leyes morales. Si nadie vive a expensas de los demás ni los oprime, ¿qué más progreso? ¿Existe acaso otro progreso?