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Elena.—Sí, al punto. Mi marido dejó pistolas. Voy por ellas... (Sale presurosa, pero vuelve en seguida y se asoma a la puerta.) ¡Con qué placer le alojaré a usted una bala en la odiosa cabeza! ¡Que el diablo se le lleve a usted! (Se va.)

Lucas. (De rodillas.)—¡Señor, tenga usted piedad de nosotros! Esa pobre mujer... un duelo... pistolas...

Smirnov. (Sin escucharle.)—¡Esta es la verdadera emancipación de la mujer, la verdadera igualdad de los sexos! ¡Quiero matarla nada más que para dar principio de una manera seria a la emancipación femenina!... (Pausa.) ¡Pero, demonio, qué mujer! (Imitando a Elena.) "¡Con qué placer le alojaré a usted una bala en la odiosa cabeza! ¡Que el diablo se le lleve a usted!" ¡Es magnífica la mujercita! ¡Y qué colorada se pone y cómo le brillan los ojos! ¡Y acepta el duelo! ¡Palabra de honor, en mi vida he visto una mujer así!

Lucas.—¡Señor, se lo suplico, váyase! ¡Yo rogaré a Dios eternamente por usted!

Smirnov. (Sin haberle caso.)—¡Canastos, qué mujer! ¡Una mujer de veras, no un manojo de nervios perfumado, empolvado! ¡Fuego, dinamita, temperamento! ¡Sería una lástima matarla!

Lucas. (Llorando.)—¡Señor, se lo ruego!...

Smirnov.—¡Decididamente, me gusta esta mujer! Es una cosa... (Hace gestos vagos.) Estoy dispuesto hasta a perdonarle la deuda... ¡Es una mujer admirable, canastos!