Smirnov. (Entrando, a Lucas.)—¡Imbécil, borrico! ¡Si te atreves a decir una palabras más te rompo la cabeza! ¡Bribón! (Volviéndose a Elena.) Señora, tengo el honor de presentarme: Gregorio Stepanovich Smirnov, antiguo oficial de artillería, labrador. Me veo forzado a molestar a usted para un asunto muy grave.
Elena. (Sin tenderle la mano.)—¿En qué puedo servirle a usted?
Smirnov.—Su difunto marido, a quien tuve el honor de tratar, me debía mil doscientos rublos. Tengo pagarés suyos. Mañana he de abonar ciertos intereses al Banco, y le suplico a usted que me satisfaga esos mil doscientos rublos.
Elena.—¿Mil doscientos rublos? ¿Y de qué le debía a usted mi marido ese dinero?
Smirnov.—Me compró avena.
Elena. (Suspirando, a Lucas.)—No se te olvide que le den a Tobi más pienso. (A Smirnov.) Si mi marido le debe a usted ese dinero se lo pagaré a usted, desde luego; pero, perdóneme, hoy no me es posible. Pasado mañana volverá de la ciudad mi administrador y le daré orden de que le pague a usted. Hoy no puedo. Además, hoy hace siete meses justos de la muerte de mi marido, y estoy de un humor que me impide atender a asuntos de dinero.
Smirnov.—Pues yo estoy aún de peor humor.