Lucas.—¡Señora! ¿Qué le pasa?
Elena.—¡Quería tanto a Tobi!... Era su caballo favorito. ¡Y qué bien lo guiaba! ¿Te acuerdas? ¡Pobrecito Tobi! Di que le aumenten el pienso.
Elena. (Estremeciéndose.)—¿Quién será? Ya sabes que no recibo a nadie.
Lucas.—Bien. (Sale.)
Elena. (Dirigiéndose a la fotografía.)—Verás, Nicolás, cómo sé amar... y perdonar. Mi amor no se apagará sino con mi vida, sino cuando mi corazón cese de latir. (Riendo al través de los lágrimas,) ¿No te da vergüenza, granuja? Yo me entierro entre cuatro paredes y te soy fiel, mientras que tú... me hacías traición, me dejabas sola semanas enteras... ¡Infame, infame!
Lucas. (Entrando, desasosegado.)—Señora, un caballero pregunta por usted... Insiste...
Elena.—¿Pero no te he dicho que no recibo a nadie?
Lucas.—No me hace caso. Dice que es para un negocio muy urgente.
Elena.—¡No re-ci-bo!
Lucas.—No es un hombre, es una fiera. Casi me ha pegado. Se ha metido en el comedor.
Elena.—¡Dios mío, qué mala crianza! Díle que pase. (Lucas sale.) ¿Qué querrá de mí? ¿Por qué turbará mi reposo? (Suspira.) No tengo más remedio que irme a un convento... (Pensativa.) Sí, a un convento....