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me hará la vida imposible. Tiene un genio tan arrebatado... Hace tiempo que me aconseja que no crea en sus promesas de usted. Luego, aún no le ha pagado usted el cuarto... ¡Menudos escándalos me armará!

—¡Que se vaya al diablo su mamá de usted! ¿Piensia que no voy a pagarle?

Yegor Savich se levanta y empieza a pasearse por la habitación.

—¡Yo debía irme al extranjero!—dice.

Le asegura a la muchacha que para él un viaje al extranjero es la cosa más fácil del mundo: con pintar un cuadro y venderlo...

—¡Naturalmente!—contesta Katia—. Es lástima que no haya usted pintado nada este verano.

—¿Acaso es posible trabajar en esta pocilga?—grita, indignado, el pintor—. Además, ¿dónde hubiera encontrado modelos?

En este momento se oye abrir una puerta en el piso bajo. Katia, que esperaba la vuelta de su madre de un momento a otro, echa a correr. El artista se queda solo. Sigue paseándose por la habitación. A cada paso tropieza con los objetos esparcidos por el suelo. Oye al ama de la casa regatear con los mujiks cuyos servicios ha ido a solicitar. Para templar el mal humor que le produce oírla, abre la alacena, donde guarda una botellita de vodka.

—¡Puerca!—le grita a Katia la viuda del oficial—. ¡Estoy harta de ti! ¡Que el diablo te lleve!

El pintor se bebe una copita de vodka, y las