tarme, por un par de horas, a su gentil amiga? Estoy pintando un cuadro y necesito una modelo.
—¡Con mucho gusto! —contestó Klochkov—. ¡Anda, Aniuta!
—¿Cree usted que es un placer para mí? —murmuró ella.
—¡Pero mujer! —exclamó Klochkov—. Es por el arte... Bien puedes hacer ese pequeño sacrificio.
Aniuta comenzó a vestirse.
—¿Qué cuadro es ése? —preguntó el estudiante.
—Psiquis. Un hermoso asunto; pero tropiezo con dificultades. Tengo que cambiar todos los días de modelo. Ayer se me presentó una con las piernas azules. «¿Por qué tiene usted las piernas azules?», le pregunté. Y me contestó: «Llevo unas medias que se destiñen...» Usted siempre a vueltas con la Medicina, ¿eh? ¡Qué paciencia! Yo no podría...
—La Medicina exige un trabajo serio.
—Es verdad... Perdóneme, Klochkov; pero vive usted... como un cerdo. ¡Que sucio está esto!
—¿Qué quiere usted que yo le haga? No puedo remediarlo. Mi padre no me manda más que doce rublos al mes, y con ese dinero no se puede vivir muy decorosamente.
—Tiene usted razón; pero... podría usted vivir con un poco de limpieza. Un hombre de cierta cultura no debe descuidar la estética, y usted... La cama deshecha, los platos sucios...
—¡Es verdad! —balbuceó confuso Klochkov—.