de ser lo que ahora soy he sido maquinista y trabajado rudamente en Bélgica.
Luego se volvió a Nabó y le preguntó:
—¿Y tú qué hacías aquí? ¿Bebíais juntos "vodka"?
Su acento era desdeñosísimo: despreciaba a los pobres y los calificaba de canallas, inútiles y borrachos. Con los pequeños empleados era cruel; los condenaba a multas sin piedad alguna, y los despedía por un quítame allá esas pajas. Por fin llegó el coche.
Antes de irse, el ingeniero nos amenazó con echamos a las dos semanas, nos dirigió unas cuantas palabras severas a cada uno y, sin decir siquiera adiós, le gritó al cochero que arrease.
—Andrés Ivanovich—le dije a Nabó—, permítame trabajar con usted.
—¿Por qué no? ¡Vamos!
Y echamos a andar ambos en dirección a la ciudad.
Cuando la finca y la estación se quedaron atrás, le pregunté al pintor:
—Andrés Ivanovich, ¿a qué ha venido usted a Dubechnia?
—Negocios, muchacho. Algunos de mis obreros trabajan en el camino de hierro. Además, tenía que pagarle a la generala Cheprákov los intereses. El año pasado me prestó cincuenta rublos a condición de que le pagase un rublo cada mes.
Se detuvo, me cogió un botón de la americana,