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Alecha reflexiona un poco.

—¿Y usted no se lo dirá a mamá?

—¡Claro que no! No tengas cuidado.

—¿Palabra de honor?

—¡Palabra de honor!

—¡Júramelo!

—¡Dios mío, qué pesado eres! ¿Por quién me tomas?

Alecha miró a su alrededor, abrió mucho los ojos y susurró:

—Pero, ¡por Dios, no le diga usted nada a mamá! Ni a nadie, porque es un secreto. Si mamá se entera, yo, Sonia y Pelagueya, la criada, nos la ganaremos. Pues bien, oiga usted: yo y Sonia nos vemos con papá los martes y los viernes. Cuando Pelagueya nos lleva de paseo vamos a la confitería Aspel, donde nos espera papá en un cuartito aparte. En el cuartito que hay una mesa de mármol y encima un cenicero que representa una oca.

—¿Y qué hacéis allí?

—Nada. Primero nos saludamos, luego nos sentamos todos a la mesa y papá nos convida a café y a pasteles. A Sonia le gustan los pastelillos de carne, pero yo los detesto. Prefiero los de col y los de huevo. Como comemos mucho, cuando volvemos a casa no tenemos gana. Sin embargo, cenamos, para que mamá no sospeche nada.

—¿De qué habláis con papá?

—De todo. Nos acaricia, nos besa, nos cuenta cuentos. ¿Sabe usted? Y dice que cuando seamos