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—¿Y tú, pobrecito, no has dormido?—gime, tendiéndose de nuevo.

—¿Acaso podría yo dormir estando enferma mi mujercita?

—Esto no es nada, Vasia. Son los nervios. ¡Soy una mujer tan nerviosa... ¡El doctor lo achaca al estómago; pero estoy segura de que se engaña. No ha comprendido mi enfermedad. Son los nervios y no el estómago, ¡te lo juro! Lo único que temo es que sobrevenga alguna complicación...

—¡No, mujer! Mañana se te habrá pasado ya todo.

—No lo espero... No me importa morirme; pero cuando pienso que tú te quedarías solo... ¡Dios mío!... ¡Ya te veo viudo!...

Aunque el amante esposo está solo casi siempre y ve muy poco a su mujer, se amilana y se aflige al oírla hablar así.

—¡Vamos, mujer! ¿Cómo se te ocurren pensamientos tan tristes? Te aseguro que mañana estarás completamente bien...

—No lo espero... Además, aunque yo me muera, la pena no te matará. Llorarás un poco y te casarás luego con otra...

El marido no encuentra palabras para protestar contra semejantes suposiciones, y se defiende con gestos y ademanes de desesperación.

—¡Bueno, bueno, me callo!—le dice su mujer—. Pero debes estar preparado...