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vanta, y, sonriendo, da, algunos pasos por la estancia. La llena de alegría el pensar que va a librarse al punto del niño enemigo. Le matará y podrá dormir lo que quiera.
Riéndose, guiñando los ojos con malicia, se acerca con tácitos pasos a la cuna y se inclina sobre el niño.
Le atenaza con entrambas manos él cuello. El niño se pone azul, y a los pocos instantes muere.
Varka entonces, alegre, dichosa, se tiende en el suelo y se queda al punto dormida con un sueño profundo.