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nosotros, los campesinos, no seremos felices ni en este mundo ni en el otro. Toda la felicidad es para los ricos...

Hablaba con acento alegre, regocijado, como si contase aligo muy gracioso. Estaba acostumbrada, desde hacía tiempo, a hablar de su vida triste y penosa.

Rodion sonreía también; le enorgullecía tener una mujer tan lista y elocuente.

—¡Es un error creer fácil la vida de los ricos—dijo Elena Ivanovna—. Cada cual tiene sus penas. Nosotros, por ejemplo... Yo y mi marido no somos pobres; pero ¿cree usted que somos felices? Aunque soy joven todavía, tengo ya cuatro hijos, que casi siempre están enfermos. Yo también lo estoy y necesito ciudarme mucho.

—¿Qué enfermedad padece usted?—preguntó Rodion.

—Una enfermedad de mujer. No puedo dormir y me dan unos dolores de cabeza horribles. Ahora, por ejemplo... Estoy aquí sentada, hablando con ustedes, y siento una gran pesadez de cabeza y un desmadejamiento... Preferiría eíL trabajo más duro a sufrir así. Luego, mi alma tampoco descansa. Siempre estoy inquieta por mi marido, por mis hijos... Toda familia tiene su cruz. Nosotros también la tenemos. Yo no soy de origen noble. Mi abuelo era un simple, campesino, mi padre era también un pobre humilde y tenía una tiendecita en Moscú. Pero mi marido es de una familia muy noble y muy rica. Sus padres se oponían a nuestro matri-