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sospechoso y extraño. Si las autoridades de la ciudad concedían autorización para abrir un círculo de artistas-aficionados, una biblioteca, un "club", sacudía tristemente la cabeza y decía: —Claro, todo eso está mui bien; pero... temo las consecuencias.

Toda infracción de las reglas establecidas; toda desviación del camino trazado por las circulares, le ponían triste y perplejo, aunque se tratase de asuntos en los que él no tuviese para qué inmiscuirse. Si alguno de sus colegas llegaba con retraso a misa o no se conducía en absoluta conformidad con las reglas establecidas; si alguna profesora se paseaba de noche en compañía de un joven, Belikov parecía presa de profunda angustia y le decía a todo el mundo, con trágico acento, que aquello acabaría mal. En los consejos pedagógicos aburría a sus colegas con sus interminables temores y aprensiones, con su prudencia exagerada, con sus lamentaciones acerca de la juventud escolar, que, según él, se conducía muy mal, hacía demasiado ruido.

—Eso puede tener consecuencias enojosas—decía lleno de espanto—. Si las autoridades se enteran de la mala conducta de los colegiales..., ¿comprenden ustedes?... Acaso conviniera expulsar del colegio a Petrov y a Egorov, para que no contaminasen con su mal ejemplo a los demás...

Parecerá inverosimil; pero sus suspiros constantes, sus lamentaciones, sus gafas obscuras sobre el rostro menudo y pálido de animalejo espan-