nunca; andaban siempre a la greña, temerosos y recelosos unos de otros, en su falta de estimación mutua. ¿Quién, sino el mujik, se gastaba en bebida el dinero de la escuela, de la iglesia, y le robaba al vecino, y declaraba en falso, por una botella de aguardiente, y llegaba a veces hasta al incendio en sus venganzas? ¿Quién, sino el mujik, hablaba contra los mujiks en las sesiones del Ayuntamiento y en otras reuniones análogas?... Sí, era terrible vivir entre los campesinos... Y, sin embargo, eran seres humanos, no había nada en su vida a lo que no se le pudiera encontrar justificación. Al fin y al cabo su suerte era bien triste: trabajo duro, que dejaba molido el cuerpo para toda la noche; iniviernos crueles, malas cosechas, viviendas angostas..., y ni el menor socorro. ¿Cómo iban a ayudarlas los ricos, los fuertes, siendo tan groseros, tan ruines, tan borrachos, injuriándose de una maniera tan abominable?
Cualquier chupatintas o cualquier hortera les trataba como a vagabundos y hasta tuteaba a los bailes municipales y eclesiásticos, creyéndose con derecho a ello. ¿Qué ayuda ni qué buen ejemplo podían esperarse de gentes avaras, codiciosas, inmorales, indolentes, que sólo iban al campo a ofender, a robar, a atemorizar? Olga se acordaba de lo que sufrían los viejos cuando se condenaba a Kiriak a ser azotado... Y le tenía lástima a aquella gente, la compadecía, y se volvía a cada paso para despedirse, con la mirada, de la aldea.