— No fume usted—le suplicó al sastre.
Luego se calmó, acurrucado bajo la pelliza, y por la mañana expiró.
¡Qué largo y terrible invierno! Agotado el pan por Navidad, se compraba harina desde entonces.
Kiriak, que vivía con la familia, armaba escándalo todas las noches y hacía temblar en la casa a todo el mundo. Por la mañana estaba avergonzado, se quejaba de dolor de cabeza, y daba lástima. La vaca mugía de hambre en el establo, y María y la vieja sufrían lo que no es decible. Y, para colmo de males, hacía un frío horroroso; el invierno se prolongaba: hubo tempestades de nieve por la Anunciación y aun después.
Pero llegó, al cabo, la primavera. A principios de abril aun eran frías las noches; mas un día, por fin, los arroyos pusiéronse en marcha, los pájaros empezaron sus cantos: el invierno estaba vencido. Las aguas primaverales cubrían el prado y los matorrales de junto al río, y entre Jukov y la otra orilla todo era una inmensa bahía, que surcaban multitud de patos salvajes. Todas las tardes contemplábase algo nuevo y maravilloso en el milagro de fuego y de colores de la puesta del Sol, algo—matices, nubes...—que parecería inventado, fantástico, visto en un cuadro.
Las grullas volaban veloces y gritaban como