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mó en el agua un poco de la leche destinada a su primo.

La vieja no tardó en volver, y siguió chupando las cortezas. Sacha y Motka, sentadas en la chimenea, la miraban, congratulándose de su segura condenación al fuego eterno por quebrantamiento del ayuno. Acostáronse, muy consoladas, y Sacha soñó que en un enorme horno, como los de los alfareros, un diablo, todo negro y con cuernos de vaca, perseguía a la vieja, blandiendo un palo semejante al que usaba ella para espantar a las ocas.

V

El día de la Asunción, hacia las once de la noche, las muchachas y los mozos, que paseaban por el prado, empezaron a gritar y a correr en dirección a la aldea. Los que se hallaban en la falda de la montaña no se dieron cuenta en el primer momento de lo que sucedía.

—¡Fuego! ¡Fuego!—oyeron gritar desesperadamente—. ¡Socorro!

Volvieron la cabeza, y un cuadro horrible, inenarrable, se ofreció a sus ojos. ¡Sobre el tejado de paja de una de las últimas casas de la aldea se alzaba una columna de fuego de tres metros de altura, de la que se desprendían espesa humareda y multitud de chispas. El fuego no tardó en prender en todo el tejado. Oíase su siniestro crepitar.

Un resplandor trémulo y rojo, más intenso que