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calurosa ovación. La vieja, después de pegarle a Sacha, la emprendió con Motka, cuya camisa tornó a subirse. Desesperada, llorando a moco tendido y chillando. Sacha se dirigió a la casa, seguida de Motka, que también plañía y llevaba tan mojado el rostro—pues no se secaba las lágrimas—como si acabase de sacarlo de una palangana.

—¡Dios mío!—exclamó Olga, estupefacta, cuando entraron—. ¡Virgen Santísima!

Sacha comenzó a contar lo ocurrido, y en aquel momento irrumpió la vieja en la estancia vociferando y renegando.

Fekla se enfadó, y se disgustó toda la familia.

—Eso no es nada, no es nada— decía Olga, muy pálida, acariciando la cabeza de Sacha—. Es un pecado enfadarse con la abuelita.

Nicolás, que no podía ya soportar los gritos constantes, el hambre, el humo, la suciedad; que odiaba y despreciaba aquella miseria; que se avergonzaba de su familia ante su mujer y su hija, bajó sus piernas de la chimenea y le dijo a su madre, con voz llena de enojo:

—¡No tiene usted derecho a pegarle!

—¡Revienta de una vez, carroña!—gritó Fekla, furiosa—. ¡Os ha enviado aquí el diablo!

Sacha, Motka y las demás chiquillas se agazaparon todas en un rincón de la chimenea, detrás de Nicolás, atemorizadas y mudas. En el silencio trágico se oían latir sus corazones. Cuando en una familia hay un enfermo incurable, cuya enfermedad dura mucho tiempo, y en ciertos mo-