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unas borracheras escandalosas; loe médicos aprovechaban cuantas ocasiones se les ofrecían de medrar a costa del pueblo, y el del Municipio, por ejemplo, recibía regalos de casi todos los carniceros cuyos establecimientos estaba obligado a inspeccionar. En todas partes se consideraba al solicitante un ser cuya misión era la de pagar, y en el Ayuntamiento, en las escuelas, en las oficinas se le engañaba, se le vendían certificados falsos, se hacía todo lo posible por sacarle los cuartos.

Y la pobre gente sabía muy bien que sin una gratificación no se podía conseguir nada, y pagaba a los empleados su tributo de cientos de rublos, y a veces hasta de treinta o cuarenta "copecks".

Los que no tomaban gratificaciones—por ejemplo, los jueces o el fiscal—, eran altivos, fríos, de ideas estrechas; trataban a la gente con desdén; jugaban, bebían; sólo se casaban con muchachas ricas, y su influjo en la sociedad no era nada beneficioso.

Únicamente las doncellas eran puras de alma. Casi todas tenían aspiraciones nobles y un corazón limpio y entusiasta; pero no comprendían la vida; su concepto del mundo pecaba de cándido; reputaban normal cuanto pasaba en torno suyo. Luego, de casadas, envejecían de un modo prematuro y se hundían en el cieno de una existencia gris, vulgar.