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gustaba y no sentía el menor interés por la obra.

Al fin, antes del último acto, la divisó entre la multitud que se agolpaba en el foyer. Un presentimiento de dicha inundó su corazón, e iluminó su rostro una sonrisa de alegría.

La señorita Alicia no estaba sola: a su lado había dos estudiantes y un oficial. Ella reía, hablaba en voz alta, coqueteaba mucho y parecía muy feliz. Por primera vez en su vida, Vorotov, aunque vagamente, experimentó el tormento de los celos. Nunca la había visto tan feliz, tan contenta, tan espontánea. Con aquellos jóvenes se encontraba, sin duda ninguna, por completo a su gusto; mientras que con él...

Hubiera querido hallarse, aunque fuera por un breve espacio, en el lugar del oficial o de los estudiantes.

Saludó a la señorita Alicia, que le respondió con frialdad y volvió la cabeza: acaso quisiera ocultar que daba lecciones.

Una honda tristeza oprimió el corazón de Vorotov. Desde aquella noche comprendió que estaba enamorado de la señorita Alicia. Durante las lecciones siguientes la devoraba con los ojos, ponía una atención cordial en cada uno de sus rasgos, bebía ávidamente el perfume que exhalaba. Ella se mantenía siempre en una actitud llena de reserva y de indiferencia. En punto de las ocho se levantaba.

—¡Hasta mañana, señor!—decía con frialdad.

Y se marchaba, impasible, no comprendiendo ni queriendo comprender lo que experimentaba por