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«Escena undécima. Los mismos; después, el barón y el oficial de policía. Valentín. ¡Detenedme! Ana. ¡Y a mí también, le pertenezco! Le amo más que a mi vida. El barón. Ana Sergeyevna, olvidáis el daño que vuestra conducta causará a vuestro noble padre...»

La señora Murachkln empezó nuevamente a inflarse, se hizo grande como una montaña, llenó toda la estancia. Entonces Pavel Vasillch, dirigiendo en torno suyo miradas salvajes, lanzó un alarido de terror, cogió de la mesa un pesado pisapapeles, y, con todas sus fuerzas, lo descargó sobre la cabeza de la señora Murachkin.

—¡Detenedme, la he matado!—dijo momentos después, cuando acudió la servidumbre.

El jurado dictó un veredicto de inculpabilidad.