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EL ENMASCARADO

Había baile de máscaras en el club.

Dieron las doce de la noche. Algunos intelectuales no disfrazados estaban sentados en la biblioteca, alrededor de una gran mesa, leyendo la prensa. Muchos de ellos parecían dormidos sobre los periódicos. En la biblioteca reinaba un silencio profundo.

Del gran salón llegaban los sonidos de la música. Pasaban por el corredor, de vez en cuando, criados con bandejas y botellas.

—¡Aquí estaremos mejor!—tronó, de pronto, tras la puerta de la biblioteca, una voz muy sonora—. ¡Venid, hijas mías, no tengáis miedo!

La puerta se abrió, y un hombre ancho de espaldas en extremo, hizo su aparición. Su rostro estaba oculto bajo un antifaz. Iba vestido de cochero y tocado con un sombrero de plumas de pavo.

Aparecieron tras él dos señoras, también enmascaradas, y un mozo con una bandeja. Sobre la bandeja se veían una gran botella de licor, algunas botellas de vino tinto y cuatro vasos.

—¡Aquí estaremos muy bien! —dijo el enmascara-