Prichibeyev saca del bolsillo un papel muy sucio, se pone los lentes, y lee: «Ivan Projorov, Sarra Mikiforov, Petro Petsov. La viuda Ana Chustov tiene relaciones ilícitas con Lemen Kislov. Ivan Sverchok y su mujer son brujos.
—¡Basta!—dice el juez—, y procede al interrogatorio de los testigos.
Prichibeyev mira al juez, lleno de extrañeza; es cosa, bien clara que no está a favor suyo. No comprende su conducta, manifiestamente adversa a él.
Su extrañeza sube de punto cuando el juez lee el veredicto:
—Prichibeyev es condenado a un mes de prisión.
—¿Por qué?—preguntu-. ¿En virtud de qué ley?.
Decididamente el mundo marcha al revés. La vida se hace imposible en estas condiciones. Ideas negras se adueñan de él.
Pero, una vez fuera de la sala del tribunal, y encontrándose en su camino un grupo de mujiks que charlan, no puede contenerse y grita, según su costumbre:
—¡Circulad! ¡Circulad! ¡Nada de reuniones! ¡Cada cual a su casa!