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que les diesen a ustedes la lección que se merecían.
—¡Entonces, no le entiendo a usted, señor!—exclama Champun indignado y echándose atrás bruscamente—. Si odia usted tanto a los franceses, ¿porqué me conserva consigo?
—¿Y qué voy a hacer con usted?
—Déjeme, me iré a Francia.
—¿Cómo? ¿Usted a Francia? ¿Se figura que le dejarían entrar? ¡Nunca! Usted es un traidor a su patria.
—¿Yo?
—¡Claro! Usted admira a Napoleón, y su cochina república no le perdonará jamás. Es verdad que también admira usted a Gambetta, pero eso no le salvará.
—¡Monsieur!—grita en francés Champun, con voz furiosa y estrujando colérico su servilleta—. ¡Monsieur, vous m'avez outragé d'une façon terrible! ¡Tout est fini entre nous!
Y, con un gesto trágico, tira la servilleta sobre la mesa, y, la cabeza erguida, con dignidad algo teatral, abandona el comedor.
Algunas horas después, la mesa está puesta de nuevo para la comida.
Kamichov se sienta a ella completamente solo. Se bebe una copa de «vodka» y siente la necesidad de charlar un poco. Pero no hay nadie para oírle.
—¿Qué hace Alfonso Cudovikovich?—le pregunta al criado.
—El equipaje.
—¡Vaya un imbécil!—dice Kamichov, y se dirige a la habitación de Champun.