Fedor Petrovich, director de las escuelas primarias del distrito, recibió, en su despacho, la visita del maestro Vermensky.
—No, señor Vermensky— le dijo—. Su dimisión de usted es indispensable. No puede usted seguir siendo maestro con esa voz. ¿Cómo la ha perdido usted?
—Creo que a causa de la cerveza fría que bebí, hallándome cubierto de sudor.
—¡Qué desgracia! ¡Por una bagatela semejante toda una carrera perdida! Lleva usted catorce años de servicio, ¿verdad?
—Si, catorce años.
—¿Y qué va usted a hacer ahora?
Vermensky guardó silencio.
—¿Tiene usted familia?
—Sí, excelencia, tengo mujer y dos hijos.
El director, conmovido, empezó a pasearse nerviosamente de extremo a extremo de la estancia.
—Verdaderamente, no sé qué voy a hacer con usted. No puede usted seguir siendo maestro. No