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Un minuto después, ronca.

Duerme hasta el mediodía con el sueño de los justos. En sus ensueños se ve convertido en escritor célebre, en rico editor, en director de un gran periódico. ¡Pero son ensueños no más!

Cuando abre los ojos, un profundo silencio reina en su aposento.

—¡Silencio, niños!—dice, en voz muy queda, la madre—. ¡El pobre papá ha estado escribiendo toda la noche! ¡Chit!...

Nadie se atreve a andar, a hablar, a hacer el menor ruido. Se teme turbar el reposo del señor Krasnujin.

—¡Silencio! ¡Chit!—se oye de vez en cuando. Y el señor Krasnujin llega a convencerse de que su reposo tiene una importancia grandísima, punto menos que universal.