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al contrabando, ¿cómo quieren ustedes que sea rico? Pero, naturalmente, a esos señores no les importa eso. Cuesta lo que cueste, hay que pagar un billete de primera. Y yo me he valido de una estratagema; me he vestido de mujik, y, haciéndome el zafio y el borracho, me he presentado en la administración. «Excelencia—he dicho—hágame el favor de un billete de tercera, y que Dios le bendiga.»

—¿Y de qué família es usted?—pregunta Gusev.

—Mi padre era un valiente pope. Decía siempre la verdad a los poderosos de la tierra, y, con ese motivo, padeció mucho. Yo también digo siempre la verdad...

Está fatigado y respira con dificultad, pero continúa:

—Sí, digo siempre la verdad, por desagradable que sea. No temo a nadie ni a nada. En esto, vosotros y yo nos diferenciamos enormemente. Vosotros estáis ciegos, no veis nada, y aunque lo veáis, no lo comprendéis. Creéis que el viento está sujeto con cadenas, y otras tonterías semejantes. Os aseguran que sois canallas a quienes se les debe pegar, y lo creéis también. Besáis la mano que os hiere. Se os priva de todo, se os roba, y, no sólo no protestáis, sino que lo permitís y saludáis humildemente a los ladrones, con tal que vayan bien vestidos y parezcan señores... ¡Sí, sois parias, gente digna, de comsión! ¡Yo no soy así! Lo comprendo todo, lo veo todo, como un halcón o un águila, que se eleva a una gran altura y ve desde allí toda la tierra. Soy la protesta personificada. Veo una injusticia y protes-