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- ¡Es escandaloso!—continúa Pavel Ivanich. Demasiado sabían que no soportaríais el viaje, y no les ha dado vergüenza embarcaros. Supongamos que sorportáis el viaje hasta el Océano Indico; pero, ¿y después?... ¡Y pensar que habéis hecho cinco años de servicio! ¡De este modo se os recompensa!

Pavel Ivanich, con rostro airado y ahogada voz, dice:

— Debía contarse esta marranada en los periódicos. Sería una buena lección para esos canallas.

Los dos soldados y el marinero enfermos se han despertado y se han puesto a jugar a las cartas. El marinero sigue en la cama, los soldados están sentados junto a él en el suelo, en posturas incómodas. Uno de ellos tiene la mano y el brazo derechos vendados, y se vale de la flexión del codo para sujetar los naipes.

El barco es sacudido impetuosamente por las olas, lo cual impide levantarse a tomar el té.

— ¿Has sido ordenanza durante tu servicio militar?—pregunta Pavel Ivanich a Gusev.

— Sí.

— ¡Dios mío!—se lamenta Pavel Ivanich—. Arrancan a un hombre de su casa, le transportan a quince mil kilómetros, le privan de las fuerzas y de la salud. ¡Y todo para servir de criado a cualquier oficial! ¡Qué cochinería!

— Yo, Pavel Ivanich, no puedo quejarme. No tenía mucho trabajo: por la mañana limpiaba las botas, hacía el té, barría el cuarto, y se acabó. No tenía ya nada que hacer. Mi oficial estaba todo el día